Me descalcé en la solitaria estancia iluminada únicamente por un viejo candil,me quité la capa mojada por la lluvia torrencial que caía esa noche. Estaba de pie junto a la única mesa que presidia la casa,me dejé caer de rodillas mientras mi pelo tocaba la madera de un suelo sucio. No tenía fuerzas ni para respirar,la herida en el costado era profunda y allí en mitad de la nada no había nadie para poder curarme. Oí a lo lejos relinchar a los caballos que se desbocaron después de la batalla.
Volví a salir, la luna se cubría con un manto aterciopelado, los cuervos revoloteaban en el cielo en busca de su recompensa. La lluvia mojaba mi rostro y limpiaba mis heridas formando un charco de barro y sangre. Encendí el fuego del hogar con unos cuantos troncos que encontré en la desdichada casa. ¿ Dónde estarían sus ocupantes? Supuse que el horror de las batallas que llevaban acechando esas tierras durante meses les habría hecho huir a zonas más seguras.
Pasé la noche en un letargo de vigilia, en continua tensión a cada ruido, a cada mensaje de la noche,al amanecer recogí mi mato ya seco y me dirigí a la población más cercana ya que mi herida necesitaba cura. Atesoré de la casa todo aquello que me podía servir para mi viaje. Escuché un grito, alcé la mirada cubriéndome los ojos con mi mano herida por el resplandor del sol a esas horas. Allí frente a mi, uno de mis guerreros estaba tambaleándose, con los labios resecos, la sutura de su brazo no paraba de sangrar,le ofrecí el agua que recogí por la lluvia de la noche. Me contó que el enemigo se dirigía a Grey una ciudadela cercana. Huimos los dos por un camino escarpado,yo no aguantaría mucho pero Ares estaba ya con su mirada pérdida, se caía rogando a los dioses que se le llevaran pronto. Los cuervos también nos acompañaban en nuestra huida. Al caer el crepúsculo Ares cayó tendido en el suelo, al lado de un gran roble,sus ojos eran cristalinos y sus labios tenían el color de la sangre, se aferró a mi mano y se encomendó a los dioses. Le cubrí con su manto,con su daga en el pecho y la medalla enlazada entre sus manos,en el roble recé las palabras de la orden: Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra. Permanecí inmóvil durante horas, mirando al cielo que se envolvía con sus misterios, tomé el zurrón con las pertenencias de la casa y desaparecí con el aullido de los lobos y el alma de mi fiel Ares.
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